Leyendo a Fray Luis de León por José Manuel Díaz Martín.
Fray Luis de León (1527-1591) encarna en las letras españolas el modo de ser que la cultura moderna identifica con el Renacimiento. Poco importa que la mística sea en sus libros menos evidente –y, por lo tanto, de más raro aprecio- que en los de santa Teresa de Jesús o san Juan de la Cruz. Que la deuda que el conocimiento de la Biblia tiene contraída con él se encuentre a distancia de la que debe a Arias Montano. Que su teología y su filosofía hayan sido menos castigadas en la Academia que las de Vitoria, Soto o Suárez. O que sus poesías cosecharan el producto de un esfuerzo cuyos méritos hay que atribuir a Garcilaso de la Vega. Lo asombroso es que se le pueda medir honrosamente con todos ellos en sus respectivos afanes; y que aún se le cayeran de la mesa las migajas (sus devaneos con la música, la pintura, la medicina, las matemáticas o la astrología, de los que apenas nos queda registro) que completan la imagen.
Sin embargo, como se encarga de adelantar el autor de este libro en sus primeras páginas, todo eso “tenía en él un fin que no se agotaba en la satisfecha constatación de su propia perspicacia o en la afinidad que demostraba con otras almas bellas de la historia o de su siglo. Al apropiarse y transmitir cierto saber, asumía una misión y cumplía con los deberes anejos a su condición de discípulo de Cristo, acrecidos y perfeccionados en su caso por voto de religión y profesión universitaria: ayudar a los demás hombres a encontrar el camino de la virtud y la felicidad eternas al que él se había consagrado, cuya realización entre los conflictos que desgarraban el espíritu en su época y que padeció en primera persona dará forma a su obra castellana.”
El presente ensayo está consagrado por eso a devolver a la vida para el lector actual aquellas obras que hacen de fray Luis todo un continente literario: las Poesías de su heterónimo Luis Mayor, En el libro de Job, y el díptico compuesto por De los nombres de Cristo y La perfecta casada. O, mejor dicho, ya que este conjunto no se completó hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX, a restituir el valor con el que estaban destinadas a servir a sus contemporáneos, extensible al hombre de hoy en tanto que enuncian algo imperecedero para la invariable humanidad, e impedido por las claves interpretativas derivadas de sus vicisitudes editoriales. De ahí la primera parte de este ensayo, un panorama de su pensamiento que lo dota de un horizonte explicativo propio en el contexto de los debates de sus días (humanista, escolástico, la cuestión judía...), no al servicio de los movimientos a los que apresuradamente se le vincula (erasmismo, tomismo, cabalismo cristiano...) Y, a la luz de estos resultados, la segunda parte nos propone una lectura guiada por aquellos libros castellanos que nos revela su común aliento, inspirado por la constante del indisociable progreso de la vida de cada hombre y el de la historia de la humanidad que culminan el misterio de Cristo y el amor divino; culminación a la que, como descubrió fray Luis por experiencia y por sus trabajos sobre los libros salomónicos de la Biblia, se accede con matices distintos según el trasfondo histórico y personal de cada cual: gentil o judío, ambos relevantes a su modo en el plan divino de salvación.
ISBN 978-1-58871-245-5 (PB) $45